Sobre el respeto a la labor mágica
Asia Kravchenko
Sobre el respeto a la labor mágica
(del libro “Yo soy rey y tú eres rey”)
- Faltaría más! – gritó el rey cuando le dijeron que había empezado una guerra.
Las cosas en el reino iban muy mal: la gente vivía con hambre, había una epidemia, los súbditos dejaron de hacerle caso al rey.
- ¿No es hora de pedirle ayuda al mago?
- Nos dirá que no, - agitó la cabeza el ministro.
- ¡Convencedle! – al rey no le gustaba cuando no le obedecían.
Mandaron una delegación al mago.
Estaba de mal humor desde la mañana.
- ¿Pero qué ha pasado, para que habéis venido?
- ¡Gran y poderoso mago, ayúdanos! ¡Necesitamos tu ayuda ahora mismo!
- ¿Por qué siempre yo?
- Nadie más puede hacerlo.
Llegaron a la ciudad solo por la tarde. La ciudad se veía horrible: las calles no se iluminaban desde hace mucho tiempo.
El mago salió del carruaje.
- Uf, ¿por qué está tan oscuro? ¿Y que es esto? ¿Son ratas? ¡“Aaa!…- grito el mago y saltó dentro del carruaje. - No puedo trabajar en estas condiciones. Encended la luz y echad las ratas.
Y se fue a su casa.
No hay nada que hacer. Arreglaron la luz y envenenaron a las ratas.
Volvieron a la casa del mago.
- ¡Otra vez! ¡No voy a ir! Los aullidos son muy fuertes. ¡Todavía me duele la cabeza desde la vez anterior!
- Es que la gente llora porque tiene hambre y sufre mucho de las enfermedades.
- ¡Pues dadle de comer! ¡Curadla!
Abrieron los almacenes muy rápido, sembraron campos nuevos. Llamaron a los médicos de todo el mundo entero, construyeron hospitales, curaron a los enfermos.
Otra vez fueron a la casa del mago.
- ¡Ayúdanos!
- Me tenéis harto con vuestro ¡“Ayúdanos!” Vuestros tanques hacen mucho ruido, todos están disparando y todo está explotándose. Ni siquiera puedo concentrarme.
Entonces salieron los ministros al campo de batalla y dijeron:
- ¡Ey, chicos! ¡Basta ya! El mago no puede trabajar.
De algún modo se pusieron de acuerdo. Y otra vez corrieron a la casa del mago.
- ¿Qué más queréis?
- ¡Ayúdanos!
- ¿Y qué problemas tenéis ahora?
Los mensajeros empezaron a pensar.
- Bueno, parece que no hay más problemas. ¡Te damos las gracias!
- ¡Molestan en vano! – gruño el mago. - ¡Nadie tiene respeto a la labor mágica!
Sobre el respeto a la labor mágica
(del libro “Yo soy rey y tú eres rey”)
- Faltaría más! – gritó el rey cuando le dijeron que había empezado una guerra.
Las cosas en el reino iban muy mal: la gente vivía con hambre, había una epidemia, los súbditos dejaron de hacerle caso al rey.
- ¿No es hora de pedirle ayuda al mago?
- Nos dirá que no, - agitó la cabeza el ministro.
- ¡Convencedle! – al rey no le gustaba cuando no le obedecían.
Mandaron una delegación al mago.
Estaba de mal humor desde la mañana.
- ¿Pero qué ha pasado, para que habéis venido?
- ¡Gran y poderoso mago, ayúdanos! ¡Necesitamos tu ayuda ahora mismo!
- ¿Por qué siempre yo?
- Nadie más puede hacerlo.
Llegaron a la ciudad solo por la tarde. La ciudad se veía horrible: las calles no se iluminaban desde hace mucho tiempo.
El mago salió del carruaje.
- Uf, ¿por qué está tan oscuro? ¿Y que es esto? ¿Son ratas? ¡“Aaa!…- grito el mago y saltó dentro del carruaje. - No puedo trabajar en estas condiciones. Encended la luz y echad las ratas.
Y se fue a su casa.
No hay nada que hacer. Arreglaron la luz y envenenaron a las ratas.
Volvieron a la casa del mago.
- ¡Otra vez! ¡No voy a ir! Los aullidos son muy fuertes. ¡Todavía me duele la cabeza desde la vez anterior!
- Es que la gente llora porque tiene hambre y sufre mucho de las enfermedades.
- ¡Pues dadle de comer! ¡Curadla!
Abrieron los almacenes muy rápido, sembraron campos nuevos. Llamaron a los médicos de todo el mundo entero, construyeron hospitales, curaron a los enfermos.
Otra vez fueron a la casa del mago.
- ¡Ayúdanos!
- Me tenéis harto con vuestro ¡“Ayúdanos!” Vuestros tanques hacen mucho ruido, todos están disparando y todo está explotándose. Ni siquiera puedo concentrarme.
Entonces salieron los ministros al campo de batalla y dijeron:
- ¡Ey, chicos! ¡Basta ya! El mago no puede trabajar.
De algún modo se pusieron de acuerdo. Y otra vez corrieron a la casa del mago.
- ¿Qué más queréis?
- ¡Ayúdanos!
- ¿Y qué problemas tenéis ahora?
Los mensajeros empezaron a pensar.
- Bueno, parece que no hay más problemas. ¡Te damos las gracias!
- ¡Molestan en vano! – gruño el mago. - ¡Nadie tiene respeto a la labor mágica!