Сергей МАХОТИН,
Yo me he resfriado. Mamá se ha tomado un descanso de su trabajo. Papá perdió su cuenta anual y por eso lo han despedido.
Por todo eso, nadie tenía prisa. Hasta mi abuela. Estábamos desayunando vagamente y muy despacio. Un ladrón tuvo la desgracia de elegir y entrar en nuestra casa.
La cerradura de la puerta chasqueó en bajo.
- ¡Qué ágil!, alabó mi padre al ladrón:
- Él debe de tener mucha experiencia en estas cosas.
Mamá dijo:
- Ojalá él se meta en el sótano. ¡Lo tenemos lleno de trastos viejos acumulados!
- Y que nos saque la basura - replicó mi abuela, mirándome de reojo.
Dentro de un minuto el ladrón entró en la cocina. Seguramente él no esperaba ver tanta gente allí amontonada. El ladrón se deprimió y dio un suspiro.
- ¿Por qué no nos has robado nada? - preguntó mamá.
- Simplemente nada me ha atraído - confesó el ladrón.
- ¡Qué ágil es usted con las cerraduras! - le alabó papá:
- ¿Acaso me podríais mirar mi cartera? Es que he perdido la llave.
El ladrón cogió la horquilla, cogió la cartera y, con un movimiento muy ágil, consiguió abrirla.
- ¡A mi hijo se le ha atascado la cremallera de su cazadora! - se acordó mamá.
El ladrón cogió mi cazadora y la reparó.
Mi abuela se ha incorporado:
- Nuestra nevera hace mucho ruido, los vecinos no nos dejan en paz.
El ladrón metió la mano detrás de la nevera, movió algo, dio vueltas a lo otro, y la nevera, curiosamente, dejó de hacer ruido.
- Aquí tiene una taza, dijo mi abuela:
- Sentaos con nosotros a tomar el té. ¿Os gustan las empanadillas de repollo?
- Sí, me gustan, asintió el ladrón:
- Daos una vuelta cuando comience a robar las empanadillas.
- ¿Para qué robarlas? - nos sorprendimos todos:
- Los podéis coger sin más.
- Creo que sin más a mí no me va a salir - dudó por un instante el ladrón.
El ladrón estiró su brazo hacia la bandeja donde estaban las empanadillas. Su mano tembló. Nosotros estábamos sin respirar. El ladrón cerró los ojos y por fin cogió una empanadilla.
Aplaudíamos.
- ¡Lo tenemof! - me alegraba yo, comiendo la empanadilla.
- ¡Lo he encontrado!
Se alegraba mi padre, encontrando su cuenta anual en aquella cartera.
- ¡No me duele!, - gritaba yo, tocándome la garganta.
Yo ya no estaba enfermo. A papá le han aceptado en el trabajo y aquel ladrón, trabaja al lado de la estación de tren, vendiendo empanadillas de repollo. No son tan buenos como las hace mi abuela pero, son comestibles.
Los he probado.
Sergey Makhotin, El Ladrón
Por todo eso, nadie tenía prisa. Hasta mi abuela. Estábamos desayunando vagamente y muy despacio. Un ladrón tuvo la desgracia de elegir y entrar en nuestra casa.
La cerradura de la puerta chasqueó en bajo.
- ¡Qué ágil!, alabó mi padre al ladrón:
- Él debe de tener mucha experiencia en estas cosas.
Mamá dijo:
- Ojalá él se meta en el sótano. ¡Lo tenemos lleno de trastos viejos acumulados!
- Y que nos saque la basura - replicó mi abuela, mirándome de reojo.
Dentro de un minuto el ladrón entró en la cocina. Seguramente él no esperaba ver tanta gente allí amontonada. El ladrón se deprimió y dio un suspiro.
- ¿Por qué no nos has robado nada? - preguntó mamá.
- Simplemente nada me ha atraído - confesó el ladrón.
- ¡Qué ágil es usted con las cerraduras! - le alabó papá:
- ¿Acaso me podríais mirar mi cartera? Es que he perdido la llave.
El ladrón cogió la horquilla, cogió la cartera y, con un movimiento muy ágil, consiguió abrirla.
- ¡A mi hijo se le ha atascado la cremallera de su cazadora! - se acordó mamá.
El ladrón cogió mi cazadora y la reparó.
Mi abuela se ha incorporado:
- Nuestra nevera hace mucho ruido, los vecinos no nos dejan en paz.
El ladrón metió la mano detrás de la nevera, movió algo, dio vueltas a lo otro, y la nevera, curiosamente, dejó de hacer ruido.
- Aquí tiene una taza, dijo mi abuela:
- Sentaos con nosotros a tomar el té. ¿Os gustan las empanadillas de repollo?
- Sí, me gustan, asintió el ladrón:
- Daos una vuelta cuando comience a robar las empanadillas.
- ¿Para qué robarlas? - nos sorprendimos todos:
- Los podéis coger sin más.
- Creo que sin más a mí no me va a salir - dudó por un instante el ladrón.
El ladrón estiró su brazo hacia la bandeja donde estaban las empanadillas. Su mano tembló. Nosotros estábamos sin respirar. El ladrón cerró los ojos y por fin cogió una empanadilla.
Aplaudíamos.
- ¡Lo tenemof! - me alegraba yo, comiendo la empanadilla.
- ¡Lo he encontrado!
Se alegraba mi padre, encontrando su cuenta anual en aquella cartera.
- ¡No me duele!, - gritaba yo, tocándome la garganta.
Yo ya no estaba enfermo. A papá le han aceptado en el trabajo y aquel ladrón, trabaja al lado de la estación de tren, vendiendo empanadillas de repollo. No son tan buenos como las hace mi abuela pero, son comestibles.
Los he probado.
Sergey Makhotin, El Ladrón